domingo, 29 de junio de 2008

Impaciencias. La exigencia por la violencia


Por Antonio Peredo Leigue
Junio 19, 2008

Un grupo de jóvenes irresponsables incendian llantas usadas para mostrar su desacuerdo con el gobierno del presidente Evo Morales. Dos muchachos manejan un arma larga con mira telescópica en las cercanías de un aeropuerto al que llegará el presidente. Una turba de cooperativistas ocupan una oficina pública, destruyen archivos, muebles y utensilios, incendiando a continuación el edificio, porque se oponen al pago de un impuesto.

¿Qué ocurre en Bolivia, donde hace dos años y medio asumió el mando Evo Morales Ayma, luego de obtener un masivo apoyo? ¿Su gobierno cayó en el desprestigio? ¿Engañó al pueblo, este presidente, y hoy sufre las consecuencias?

Esa, que parece ser la imagen difundida por los medios de comunicación, queda desmentida por las encuestas que hace la misma oposición y que predicen un triunfo irrebatible en el referendo revocatorio convocado para el 10 de agosto.

Entonces, ¿cuál es el fondo de estos desmanes que someten al país a una constante incertidumbre? Habrá que profundizar en el análisis para dar con las reales causas y, en consecuencia, tomar las medidas necesarias en el momento adecuado.

No faltan razones

Si la revolución de 1952 quedó truncada y fue seguida por una serie de dictadores que destruyeron la estructura económica de Bolivia, el modelo neoliberal que se aplicó a continuación, disolvió el tejido social y corrompió definitivamente su armazón política. Ese es el país que nos dejaron en enero de 2006, cuando Evo Morales asumió el mando de la nación.

Sobran las pruebas de una economía deficitaria y absolutamente dependiente del favor de las grandes potencias, una sociedad deshecha e impelida a abandonar el territorio nacional en busca de mínimas posibilidades de subsistencia en el exterior y un conjunto de partidos convertidos en tiendas de liquidación al mejor postor.

Ante esa realidad, la sociedad descreída que apostó por el cambio como única alternativa, sacó a relucir sus necesidades y requerimientos tantos años retenidos, esperando soluciones inmediatas. Los pueblos originarios estaban seguros de asumir plenos derechos en la conducción del Estado. El campesinado ya veía reverdecer los campos en toda la extensión de este inmenso millón de kilómetros cuadrados. Los pobres de las ciudades soñaban con tener casa y comida seguras al día siguiente. A los micro empresarios se les enturbiaba la vista imaginando la multiplicación de sus emprendimientos. Maestros y trabajadores en salud reían ante la posibilidad de recibir, finalmente, el salario adecuado y el trato justo por el que lucharon tantos años. Los profesionales se prepararon para construir, desde el primer punto, la nueva estructura de esta sociedad. Hasta los empresarios productivos ensayaron su mejor disposición a iniciar grandes proyectos con la inyección que les daría el Estado.

Todos ellos se daban cuenta de la inmensidad de la tarea. Sin embargo, esperaban y hasta exigían que, el primer problema a resolverse, sea el de ellos.

Sobran los odios y rencores

Pero es más. La proyección era peor, por los aprestos de esos pequeños grupos que se vieron rechazados por la sociedad, aquel 18 de diciembre en que, Evo Morales, obtuvo el 54 por ciento de la votación nacional. Para llevar adelante el programa que se proponía aquel indígena y el entramado político-social que encabezaba, se precisaba de una fuerte dosis de paciencia, de una voluntad firme para reconstruir, de una consecuencia indomable para vencer los obstáculos que eran previsibles. No había otra alternativa; debíamos lidiar con los restos ponzoñosos de esa época que debíamos enterrar definitivamente. Era preciso comenzar la tarea lo más pronto posible, sabiendo que acechaba el complot y la subversión en cada esquina.

Así, las razones de los sectores sociales, comenzaron a manifestarse de forma cada vez más apremiante. Era fácil, por lo tanto, que aquel agrupamiento de odios, rencores y resentimientos, se apresurara a promover, impulsar, azuzar y empujar todos esos reclamos, pretendiendo incluso aparecer como cabezas de los movimientos sociales.

Una provocación de la derecha desplazada, presentada como reacción ante el autoritarismo de un gobierno que se esfuerza por atender las necesidades de los sectores populares, motiva que, desde el seno del pueblo, también se encienda la violencia, como arma de reclamación.

Escondida en comités cívicos y amparada por dirigentes opositores que manejan las prefecturas, los estrados judiciales e incluso buena parte del aparato estatal, la derecha desplazada del poder, va creando este clima de violencia permanente, para dar el zarpazo que le devuelva el poder.

La historia enseña

Hace algo más de 20 años, se produjo la experiencia del gobierno presidido por Hernán Siles Zuazo. Aún no se cumplen 40 años desde la experiencia de Jota Jota Torres. En ambas circunstancias, la derecha se movilizó bajo los mismos parámetros, provocando desórdenes y distorsionando la realidad, para que el pueblo se vuelva en contra de aquellos gobiernos que, de una u otra forma, buscaban solución al empobrecimiento, el atraso, la miseria y el hambre motivados por casi dos siglos de dominio de esas clases explotadoras.

Durante estos dos años y medio, el gobierno ha apelado constantemente a la comprensión del pueblo. Pero parece volver a repetirse la historia, al menos en lo que se refiere al engaño que sufren los sectores pobres. Lamentablemente, parece ser que, en esa tarea de convencimiento, se va perdiendo la firmeza requerida para hacer valer los derechos de todos por encima de la prebenda de algunos. Debe prevalecer esa firmeza. De lo contrario, estaremos condenados a repetir la experiencia de 1971 y de 1985. El pueblo de Bolivia no merece ese destino.

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