Ing. Lionel Maglio
Se ha puesto de moda hablar de energía y de medio ambiente. Para el caso, más que una moda asumámoslo como lo que es: bases de la vida y de la calidad de vida. Sin aire podemos vivir segundos, sin agua días y sin comida semanas. Son claramente externos a nosotros y dependemos de ellos para lo más básico de la vida. ¿Y la energía?
En nuestra América, entendemos que soberanía es el de derecho de los pueblos a dejar de ser colonias, a construir su futuro y procurarse la máxima felicidad, como proponían las primeras constituciones de Simón Bolívar.
Podemos proclamar el derecho de nuestros pueblos a tener agua potable en el territorio que posee las mayores fuentes mundiales. Podemos también declamar sobre el deber de resolver el hambre y la desnutrición en el subcontinente que exporta alimentos al mundo. Sudamérica exportadora de hidrocarburos y con otros recursos energéticos subexplotados (hidroelectricidad, viento) o no explotados (calor de los volcanes, mareas, etc.) debería llevar energía en cantidad y calidad a todos sus habitantes.
Hacer realidad estos deseos requiere mucho más que decisión política. Porque en la solución de estos problemas está en juego el uso de la tecnología y de la racionalidad en la explotación de los recursos naturales. Para potabilizar y/o llevar agua potable se necesitan obras y...energía. Para producir los alimentos adecuados en cantidad y calidad, para distribuirlos, se necesita tecnología y... energía. Para producir energía y distribuirla, se necesita tecnología.
Desde el mismo momento de nuestras independencias sudamericanas Bolívar planteó el desarrollo de sistemas educativos e industrias propios. También propuso la unión de naciones no sólo con un sentido militar sino también de hermandad y complementariedad. En lugar de ello nuestras naciones siguieron el camino del neocolonialismo: exportar materias primas apetecidas por los imperios e importar manufacturas producidas por ellos. Hasta las ideas básicas llegamos a importar. Diseñaron nuestros puertos y nuestros ferrocarriles, nos impusieron su tecnología. Cuando logramos cierto desarrollo tecnológico e industrial tuvimos los golpes de Estado y los gobiernos cipayos (e.g. los neoliberales de las últimas décadas) que vendieron o destruyeron los talentos nacionales.
Es así que con las ganancias de las exportaciones comprábamos muchas cosas que podríamos fácilmente producir. Es el caso de Venezuela que llegó a gastar casi todos sus ingresos petroleros en importar las máquinas e instalaciones para producir hidrocarburos. O Argentina que pagaba los ferrocarriles y puertos construidos por ingleses con las exportaciones de granos y carnes. Y cuando esta última logró fabricar vagones, locomotoras y rieles; barcos y aviones; refinerías y puertos; se enfrentó a los intereses yanquis y su política de golpes de Estado. Golpes de Estado que casi siempre estuvieron al servicio de volver al país agrario sin industria. Desde el ministro del golpe del 76 (Martínez de Hoz) hasta el del neoliberalismo de los 90 (Cavallo) se levantó como bandera: “da los mismo fabricar acero que mantequilla”.
Sabemos que la historia de más de cien años y la reciente nos brindan muchas explicaciones. Sin embargo hay algo que se menciona poco y que deberíamos recuperar para la reflexión y el debate: soberanía tecnológica.
A no confundirse, la soberanía tecnológica no es hacer todo nosotros mismos, sino decidir qué conocimientos consideramos necesarios o estratégicos para nuestra soberanía política y económica. Si dejamos en manos de las multinacionales del petróleo el desarrollo y uso de tecnologías sobre nuestros yacimientos no esperemos que siempre tengamos hidrocarburos en abundancia y baratos. Mientras compremos semillas desarrolladas y patentadas por los Monsanto estaremos presos de adquirir sus productos químicos (herbicidas e insecticidas) y de tener alimentos cada vez más caros. Mientras paguemos patentes en los precios de los medicamentos la salud será un privilegio y no un derecho. Hay miles de ejemplos de casos en los que “comprarlo hecho” significa una trampa que aprisiona a nuestros pueblos a pagar por sus propios recursos naturales y la calidad de vida que los mismos ayudan a generar.
Sin embargo, los nuevos tiempos sudamericanos nos muestran que la unidad se hace necesaria no sólo por cuestiones de política extrarregional. La complementariedad de recursos es otra razón. Alimentos, minerales, maderas, fibras textiles, hidrocarburos, etc., están distribuidos en todo Sudamérica pero en forma desigual. Para construir la verdadera unidad hay que apuntar a un sistema de intercambio más justo y no a la consagración de hegemonías por parte de las naciones más industrializadas. Bolivia, más precisamente el pueblo boliviano, tiene derecho a conseguir con su trabajo, con la explotación y transformación de sus recursos naturales, llegar a mejorar su calidad devida. La revolución tecnológica y el desarrollo industrial boliviano puedeny deben nacer del intercambio y la transferencia de conocimientos. Es ellugar que el INTI, el INTA, INVAP-CNEA, las universidades y las PYMESargentinas debemos ocupar para que la unión sudamericana de naciones sea másuna realidad que un mercado de intercambio comercial que termine beneficiando más a las grandes corporaciones que a los pueblos.Resulta imposible para una sola nación sudamericana, por poderosa que sea,encarar todos los desarrollos científico-técnicos necesarios para proveer anuestros pueblos del bienestar que estos logros pueden brindar para lasalud, la vivienda, la alimentación, el agua potable, la vestimenta y muchosotros que hacen a la calidad de vida. Aquello que Bolívar proclamaba comolograr la máxima felicidad de nuestros pueblos.Es hora de echar andar la unidad hacia la soberanía tecnológica."
domingo, 17 de agosto de 2008
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