Por Antonio Peredo Leigue
Marzo 9,2008
Algunos apretones de mano y hasta un abrazo en Santo Domingo parecieron saldar cuentas en la grave crisis provocada, el fin de semana anterior, por la incursión colombiana en territorio del Ecuador para eliminar al dirigente de las FARC Raúl Reyes.
En muchos pueblos antiguos, las promesas de paz y entendimiento entre quienes estaban en guerra, se rubricaban con una ofrenda, traducida en el sacrificio de una o más personas. Pero, ¿estaban en guerra Colombia y Ecuador?, ¿el gobierno de Quito hizo la ofrenda? Y, más importante aún, ¿ha sido útil, para la paz, esa muerte y las otras?
Lo que vivimos los latinoamericanos, la semana que acaba de concluir, fue más bien un tensionamiento que amenazó con desatar una guerra sangrienta entre tres países sudamericanos y una ruptura de relaciones que pudo alcanzar mayores proporciones. Sólo las voces serenas de quienes tocan los temas a profundidad y señalan cuáles son las causas verdaderas, pudieron superar la crisis, siquiera momentáneamente.
Conflicto eterno
El coronel Aureliano Buendía, de García Márquez, es la expresión de una realidad que se extiende a lo largo de toda la historia de Colombia. Las FARC nacen a mediados del siglo pasado, pero no es la única organización que se levanta en armas contra el gobierno de Bogotá. No contra Uribe en especial, sino contra el sistema gobernante. Que se los califique como “terroristas narcotraficantes”, “bárbaros”, “asaltantes” o cuanto epíteto denigrante pueda servir para estigmatizarlos, no les quita su carácter insurreccional.
Seguramente no estemos de acuerdo con algunos o muchos de sus métodos. Posiblemente encontremos que se han sacrificado muchas vidas, sin resultados que puedan valorarse. Hasta hagamos comparaciones con otras experiencias que, sin recurrir a la confrontación armada, lograron resultados. Muy bien. Eso, ¿los convierte en delincuentes?
Si en Colombia hay insurrecciones desde casi el inicio de la República , es porque subsiste una estructura que no acoge a un buen sector de la sociedad. Mientras se niegue tal realidad, no hay posibilidades de encontrar soluciones. Y el presidente Uribe, como muchos de sus antecesores, no busca soluciones sino el aplastamiento de los insurrectos.
Plan Colombia
Agreguemos, a esta reflexión, el “Plan Colombia” que todos conocimos en su momento y creímos que se había descartado. Dado que, en ese país, había grupos insurrectos claramente identificados, que tenían cifras considerables de efectivos, Washington cree tener razones suficientes para intervenir. Se agrega el hecho de que, en Colombia, radican los más grandes carteles del tráfico mundial de drogas (no sólo cocaína). Era un plato servido para los planes expansionistas que siempre están presentes en la Casa Blanca.
Con suficiente financiamiento para mantener una absoluta dependencia política, el Departamento de Estado, el Pentágono, la CIA y los demás organismos que intervienen en estas operaciones, elaboraron el plan por el que, Colombia, se constituía en cabeza de playa para instalar bases operativas en Sudamérica y controlar, de esa manera, cualquier movilización que, el gobierno de Estados Unidos, considerara un peligro para su seguridad interna. Ese, al menos, es el lema con que Washington ha manejado sus relaciones internacionales, desde los tiempos del presidente James Monroe, lema que dice: “América para los (norte)americanos”.
Aunque, en la línea del Plan Colombia, instaló una base militar en Manta (Ecuador) que ahora ha debido retirar, y otra en Mariscal Estigarribia (Paraguay), Estados Unidos sólo provocó un aislamiento del gobierno de Uribe, que no es bien recibido en ningún país de la región.
Matar la esperanza
Raúl Reyes, segundo jefe de las FARC, fue conocido como cabeza de las negociaciones de paz que, con suerte variada –por lo general frustrante– se han realizado con Pastrana y el mismo Uribe. La liberación de rehenes, sin condiciones, fue el camino por el que quiso transitar hacia un verdadero acuerdo nacional que terminara con los enfrentamientos.
De hecho, el presidente ecuatoriano Correa mantenía contacto con Reyes para una segunda operación. El antecedente fue la operación en la que intervino el presidente venezolano Chávez.
Al parecer, un desarrollo de tales características, no convenía a los intereses de Washington. Había que impedir que se abra ese camino de entendimiento. Porque, si en Afganistán e Irak, el control del petróleo puede pagarse con algunos miles de vidas estadounidenses, ¿por qué no llevar adelante una política similar, con la ventaja de que los muertos son sudamericanos?
No basta la guerra interna para justificar la presencia de tropas norteamericanas. Un conflicto internacional sería más adecuado para esos planes. Además, teniendo en cuenta que, el Partido Republicano del presidente Bush está desgastado y, casi con seguridad, perderá las elecciones de noviembre, aquel conflicto soñado, sumaría votos a su candidato.
No es suficiente
La calma sobrevenida después de la reunión de Santo Domingo es un paso alentador, pero absolutamente insuficiente. Podrán retirarse las tropas de las fronteras, pero las señales de peligro siguen destellando. Las relaciones entre los tres países involucrados en el conflicto, están heridas y no han sido restañadas. Pero, sobre todo, hay un herido de muerte: el propósito de integrar a los países de la región, propósito concretado en UNASUR. La reunión de este organismo naciente que debía realizarse en Cartagena de Indias, hubo que suspenderse; ¡¿quién podría ir allí a hablar de unidad?!
El presidente boliviano Evo Morales, la presidenta argentina Cristina Fernández, entre otros mandatarios, pusieron la nota de distensión en esa cumbre latinoamericana. Les toca a ellos, ahora, trabajar por restablecer la esperanza de integración. Habrá que trabajar como orfebres, con sumo cuidado, con una gran dosis de optimismo y una dedicación muy grande. El enemigo, aquel que busca dividirnos, está entre nosotros, pero no somos nosotros.
Los pueblos de Colombia, Ecuador y Venezuela, se han reunido en estos días y declarado su voluntad de profundizar sus lazos de hermandad. Tenemos que contribuir a vivificar esa llama de esperanza. Y no se trata de discursos. Debemos actuar. Nuestros gobernantes, aquellos que creen en la paz, son los intermediarios de estas reivindicaciones de los pueblos.
Ojalá que, más allá de las intenciones que llevaron a su asesinato, la muerte de Raúl Reyes, sea una ofrenda de paz.
domingo, 16 de marzo de 2008
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