Por Antonio Peredo Leigue
Marzo 15, 2008
Ayer, 14 de marzo de 2008, murió José Castillo, después de una penosa enfermedad que lo mantuvo internado en un hospital durante varias semanas. Sus amigos y compañeros reunieron algún monto para comprar el sarcófago y, en un vehículo prestado, sus restos partieron a Oruro, donde vive su familia y donde será enterrado.
Unos cuantos, muy pocos, sentimos pena por su muerte y vergüenza por no haberlo atendido en los días de su postración. Con 70 años cumplidos, quedaba muy lejos el tiempo en que, con otros jóvenes convencidos, tomó las armas para luchar por la liberación nacional. Después de unos cuantos años, la sombra se extendió sobre los sobrevivientes quienes, con sus méritos y miserias, con sus valores y defectos, estuvieron decididos a morir por este pedazo de tierra en la que nacieron. Esta parcela que la hicieron grande y la hicieron suya, hasta abarcar América Latina toda, con nada más que su decisión.
Castillo Chávez
Los datos dicen que nació en Challapata, más allá de Huanuni, en el camino a Potosí. Se hizo carpintero y tapicero. Trabajó en Uyuni, en los ferrocarriles, y en diversos talleres artesanales de Oruro. Como muchos de nosotros, militó en el Partido Comunista, del que se separó en 1965, cuando se produjo la escisión chino-soviética. Tenía 29 años cuando se integró a la guerrilla, en el grupo de Moisés Guevara. Transcurría marzo de 1967, muy poco antes de que se produjera la primera acción guerrillera.
Fue incorporado a la retaguardia y siguió la suerte de ese grupo hasta caer en la emboscada de Vado del Yeso o Puerto Maldonado el 31 de agosto de aquel año. Fue el único sobreviviente, luego que el otro combatiente que no fue abatido, Maymura, se negara a renegar de sus convicciones, por lo que fue abatido despiadadamente.
Paco
Ese es el nombre con el que se inscribió entre los combatientes de la columna que dirigió el Comandante Ernesto Che Guevara. No era fornido ni podía esforzarse demasiado. Pero estaba allí, en ese escabroso confín de Bolivia, donde una cincuentena de combatientes no sólo provocó la movilización de un ejército comandado por sus más altos jefes, sino también unidades operativas militares estadounidenses y asesores de espionaje cubano-norteamericanos.
Sin quejarse, Paco se mantuvo en el puesto asignado, llegó hasta ese vado y salió con heridas. Lo hicieron caminar hasta Valle Grande, según relata Eusebio Tapia. Sufrió largos y tensos interrogatorios hasta su enjuiciamiento junto a Regis Debray y Ciro Bustos, juicio que concitó la atención mundial.
Compartió la prisión en Camiri con esos dos conocidos personajes y con los bolivianos Salustio Choque Choque y Eusebio Tapia, todos ellos condenados a 30 años de cárcel. A fines de 1970, el general Juan José Torres (que asumió el gobierno en octubre, luego del frustrado golpe de Rogelio Miranda) los liberó en una operación comando, para evitar la reacción de sus propios camaradas de armas que no lo hubieran permitido, de haberse apercibido con anticipación.
Durante varios años debió vivir tratando de pasar desapercibido. Finalmente se fue a Venezuela, donde trabajó como pudo y en lo que bien hallaba.
Otra vez José
Volvió a la patria. Los traumas de aquella tragedia de la prisión a la libertad censurada, de ésta al exilio y de allí al retorno. Trabajaba en lo que sabía y nunca olvidó. Construía muebles con el mismo empeño con el que quiso construir un país nuevo. Con el esmero de la dedicación humilde que sabe que su obra no será grandiosa, pero necesaria con toda seguridad.
Así lo recuerdo en 1997, 30 años después de la epopeya de Ñancahuazú, haciendo arreglos minuciosos en el terreno próximo a la lavandería donde fue mostrado a Valle Grande y al mundo entero, el cadáver del Che que quisieron desaparecer pero había sido rescatado finalmente aquel ’97. Dibujó breves senderos, arregló algunos espacios verdes que coloreó con flores y limpió los accesos. Pausadamente, tomándose su tiempo, estuvo un mes en esa tarea. No pidió nada. No reclamó ninguna compensación y, para nosotros, sigue siendo un misterio cómo vivió aquel tiempo.
Tuvimos muchos encuentros. Sus traumas se entreveían en su mirada triste, en su voz cansina. Pero había un brillo tembloroso en sus ojos, cuando hablábamos del Che, que era el tema recurrente de nuestras conversaciones.
Paco se había ido hace muchos años. Ayer se fue José. Te recuerdo hoy, para que te recuerden, porque fuiste siempre uno de los innominados que soñaron con la liberación nacional.
lunes, 24 de marzo de 2008
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